Se han acostado los pájaros
y ninguna estrella ilumina la paz.
Hay frutas en el jardín.
Una soledad golpea la cáscara
con su ardid de trueno amortiguado.
Consolidarse en los reflejos o arañar
de futuro los endecasílabos
que crecen con la libertad ametrallada.
Abro los ojos para que me digan
que el agua es un sistema
de sedes que quiere cumplir con su promesa.
Quiero partir en dos la lógica y estremecerme
en ese lodo de cascabeles que rehúsan
decirme, si querré otro eslabón de dicha,
si insistiré con
la letra,
y si el alfabetismo se alargará hasta la falda
de mi madre
como retrocediendo en los batallones del amor,
la carne de cañón que se resiste,
ese efecto lumínico que atraviesa las miradas.
Hay un canto que brilla en los ojos,
un hambre que reclama su dosis
hay para todos los pastores,
anfitriones, una celda para guarecerse de la
vanidad
y los lazos estranguladores
quieren corromperse en mi.
La lujuria de saber escribir tu nombre
cada vez que se enzarzan la voz y su cielo,
los cuatros jinetes y la melancolía.
Clémence Loonis