Las aguas tranquilas son como leche
y todo lo que se extiende entre las blandas soledades
de la mañana.
El puente lavado, antes del amanecer, por un agua en
sueños semejante a la mezcla del alba, forma una hermosa
relación con el cielo. Y la infancia adorable del día, por el
eemparrado de las tiendas rodadas, desciende hasta mi
canción.
Infancia, mi amor, ¿no era más que eso?
Infancia, mi amor... el doble anillo del ojo y la
felicidad de amar...
Hace un tiempo tan sereno y tan tibio,
un tiempo tan continuo
que parece extraño estar allí, con las manos atadas a la
facilidad del día...
In fancia, mi amor, no hay más que ceder... Pero,
¿lo he dicho ya?, no quiero remover más
esas sábanas, allí, en lo incurable, entre las verdes
soledades de la mañana... Pero, ¿lo he dicho ya?, sólo hay
que servir
como de vieja cuerda... Y este corazón, este corazón,
¡allí!, arrastrándose sobre los puentes más humildes y más
salvajes y más, que un viejo estropajo,
extenuado...
SAINT-JOHN PERSE
martes, 17 de noviembre de 2009
jueves, 5 de noviembre de 2009
AL HOMBRE de VICENTE ALEIXANDRE
AL HOMBRE
¿Por qué protestas, hijo de la luz,
humano que transitorio en la tierra,
redimes por un instante tu materia sin vida?
¿De dónde vienes, mortal, que del barro has llegado
para un momento brillar y regresar después a tu apagada
patria?
Si un soplo, arcilla finita, erige tu vacilante forma y
calidad de dios tomas en préstamo,
no, no desafíes cara a cara a ese sol poderoso que fulge
y compasivo te presta cabellera de fuego.
Por un soplo celeste redimido un instante,
alzas tu incandescencia temporal a los seres.
Hete aquí luminoso, juvenil, perennal a los aires.
Tu planta pisa el barro de que ya eres distinto.
¡Oh, cuán engañoso, hermoso humano que con testa de oro
el sol piadoso coronado ha tu frente!
¡Cuán soberbia tu masa corporal, diferente sobre la tierra
madre,
que cual perla te brinda!
Mas mira, mira hoy, ahora mismo, el sol declina
tristemente en los montes.
Míralo rematar ya de pálidas luces,
de tristes besos cenizosos de ocaso
tu frente oscura. Mira tu cuerpo extinto cómo acaba en la
noche.
Regresa tú, mortal, humilde, pura arcilla apagada
a tu certera patria que tu pie sometía.
He aquí la inmensa madre que de ti no es distinta.
Y, barro tú en el barro, totalmente perdura.
VICENTE ALEIXANDRE
¿Por qué protestas, hijo de la luz,
humano que transitorio en la tierra,
redimes por un instante tu materia sin vida?
¿De dónde vienes, mortal, que del barro has llegado
para un momento brillar y regresar después a tu apagada
patria?
Si un soplo, arcilla finita, erige tu vacilante forma y
calidad de dios tomas en préstamo,
no, no desafíes cara a cara a ese sol poderoso que fulge
y compasivo te presta cabellera de fuego.
Por un soplo celeste redimido un instante,
alzas tu incandescencia temporal a los seres.
Hete aquí luminoso, juvenil, perennal a los aires.
Tu planta pisa el barro de que ya eres distinto.
¡Oh, cuán engañoso, hermoso humano que con testa de oro
el sol piadoso coronado ha tu frente!
¡Cuán soberbia tu masa corporal, diferente sobre la tierra
madre,
que cual perla te brinda!
Mas mira, mira hoy, ahora mismo, el sol declina
tristemente en los montes.
Míralo rematar ya de pálidas luces,
de tristes besos cenizosos de ocaso
tu frente oscura. Mira tu cuerpo extinto cómo acaba en la
noche.
Regresa tú, mortal, humilde, pura arcilla apagada
a tu certera patria que tu pie sometía.
He aquí la inmensa madre que de ti no es distinta.
Y, barro tú en el barro, totalmente perdura.
VICENTE ALEIXANDRE
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