Al anochecer, las muchachas bajan hasta el agua
cuando el mar retrocede, extendido. En el bosque
se estremecen las hojas, mientras ellas aparecen,
cautelosas,
sobre la arena y se sientan en la orilla. La espuma
efectúa sus turbulentos juegos, a lo largo del agua lejana.
Las muchachas temen a las algas sepultadas
bajo las olas, que se aferran a piernas y hombros:
a cuanto encuentran desnudo. Ganan rápidas la orilla
y se llaman por sus nombres, mirando en torno suyo.
Incluso las sombras, sobre el fondo del mar, en la
oscuridad,
son enormes y las vemos moverse inseguras,
como atraídas por cuerpos que pasan. El bosque
es un refugio tranquilo, bajo el sol poniente,
más que el arenal, pero les place a las mozas morenas
quedarse sentadas al raso, sobre su toalla en desorden.
Están todas acurrucadas, oprimiendo la toalla
contra sus piernas, y contemplan el mar tendido
como un prado al anochecer. ¿Se atrevería alguna
a tenderse ahora desnuda en un prado? Del mar
se abalanzarían las algas, que rozan los pies,
para atrapar y envolver el trémulo cuerpo.
Hay ojos en el mar que, a veces, se llegan a entrever.
Aquella extranjera desconocida, que nadaba de noche,
desnuda y sola, en la oscuridad, cuando cambia la luna,
desapareció una noche y no ha de volver ya.
Era alta y debía tener un blancor deslumbrante
para que los ojos la alcanzasen, desde el fondo del mar.
de CESARE PAVESE
3 comentarios:
Muy buena elección el texto de Pavese, me gusta. Un saludo
Impresionante.
Sencillamente me ha gustado.
Te sigo leyendo
Alberto
www.altilloparados.blogspot.com
...Te lo he dicho con el agua,
vida luminosa que vela un fondo de sombra;
te lo he dicho con el miedo,
te lo he dicho con la alegría,
con el hastío, con las terribles palabras...
Cernuda
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